Un eterno verano sin hombres…

#Literatura

#SiriHustvedt

Leer a Siri Hustvedt suele ser una revelación. Su tema principal es la mujer adulta, incluso su vejez. En ese sentido, su mirada es la de la añoranza de la juventud desde la lejanía de la experiencia vivida. Y también una resistencia a la narrativa que coloca el cuerpo de la mujer como un objeto sexualizado, solo posible si cumple con particulares estándares.

La entrevista virtual con Elvira Liceaga en el Hay Festival 2020 da testimonio de esto, pues al hablar de su novela Recuerdos del futuro, la ganadora del Premio Princesa de Asturias de las Letras 2019 explicó que intenta mostrar la juventud desde donde ya no es alcanzable.

Este vistazo es perceptible también en El verano sin hombres, libro en el que los varones tienen muy poca intervención en la trama y, maravillosamente, las mujeres aparecen en todas sus edades, en todas sus etapas.

La protagonista se ve inmersa en una situación en la que entra en conflicto con su cuerpo, con sus principios y valores, y se cuestiona su sexualidad, su cuerpo, su inteligencia; con ella, los lectores, particularmente las lectoras, comenzamos a interrogarnos también todo lo que solemos ocultar constantemente.

Para Hustvedt las mujeres hemos aprendido de las relaciones en la literatura; las novelas han sido nuestros refugios muchas veces, incluso apunta que leer ha sido vista como una acción femenina, puesto que es pasiva y requiere dejar aflorar los sentimientos y pasiones; mientras que los hombres prefieren hacer cosas activas. Desde luego que en la novela lo indica con una crítica ironía, sin embargo, durante el Hay Festival lo dijo con voz suave, pero contundente: la lectura es un acto político.

Para ella es necesario leer y leernos en lo que leemos. Entiendo que por eso y para eso escribe: para que quienes la leemos entremos en esta dinámica de cuestionar todo, de entendernos de otra manera.

Sus libros son como vistazos hacia el interior de una misma, donde suelen atascarse los miedos, las angustias y las inseguridades. En ese sentido, leer a Hustvedt es también como tomarse un té o como hablar con una amiga.

Es cierto que muchas de sus seguidoras la conocimos, irónicamente, por ser esposa de Paul Auster. No está de más decir que él también tuvo su charla en el festival literario mencionado, ni que su tono fue de una ínfula de superioridad representativa de la tan aclamada virilidad del mundo occidental. Su exposición giró en torno de las barreras que dividen a las sociedades y de cómo deberían abolirse, no obstante, el hombre blanco, clase alta, siempre mostró un límite, que fue ignorancia sobre la obra de su interlocutora, Valeria Luiselli.

Al igual que en las novelas de Hustvedt, los hombres se nos presentan lejanos, ausentes de la vida real. Pareciera que viven en un mundo alterno en el que ellos rigen y las demás quedamos un tanto suspendidas y solo nos cristalizamos en una especie de “drama”. Así se siente escuchar a escritores como Auster, a hombres dentro de la cultura occidental.

En ese sentido, los libros de Hustvedt son un refugio, un lugar en el que sí cabemos, en el que incluso solo estamos nosotras, escuchándonos, acompañándonos; son un espacio para existir en toda nuestra complejidad. En efecto, leerla es como experimentar un eterno verano sin hombres.

Compartir esta página

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *