A mí como a la mayoría de las mujeres, me educaron para portarme bien, porque si me portaba bien me iría bien en la vida. Si pudiera hablar con mi yo del pasado le diría que esto no es verdad, porque en este país te discriminan, te odian y te matan por el hecho de ser mujer. Encima de todo te culpan de lo que tus agresores hagan por estar en el lugar que no debías, por tu forma de vestir, por amar a quién no debías, entre otros.
El feminicidio de Ingrid Escamilla, al igual que a todxs, me dejo fría, triste, pensativa, con miedo, indignada y llena de rabia. Al leer las notas sobre su feminicidio lloré por la saña con la que fue asesinada por su pareja sentimental; por como los medios de comunicación exhibieron sin el menor pudor y vestigio de ética su cuerpo desmembrado, una falta de respeto a la dignidad de otra mujer que nos fue arrebatada a manos feminicidas.
Su caso es llevado con la mayor negligencia, filtraron información que los medios han utilizado para revictimizarla. “Que hacía una mujer tan bonita, con un tipo tan viejo y feo”, no sabemos nada de su vida y no somos nadie para juzgarla. Su vida y su muerte merecen ser respetadas por el simple hecho de ser una persona.
No la conocí, pero no pude evitar sentir dolor y reflexionar sobre el amor, como nos forman a las mujeres para creer que el amor de pareja todo lo vence, además de ser eterno, una gran mentira. Si bien, el “amor romántico” fue una revolución porque marco el fin de las alianzas matrimoniales basadas en acuerdos políticos y/o económicos -sin importar poco o nada la opinión de las mujeres-. Sin embargo, pasamos de un modelo que nos cosificaba para ser un bien de intercambio a otro de dependencia emocional.
El “amor romántico” es un ideal de complementariedad, de satisfacción en la intimidad como objetivos en la vida, las mujeres somos las más vulnerables. Nos educan para ser valiosas en función de tener marido, hijxs, hogar, es decir, nuestra valía depende de los otros y no de nosotras mismas. En muchas ocasiones el «amor romántico» se opone al «amor verdadero», el primero sería una idealización del otro, el segundo se construiría como acción, sentido límites y humanidad.
Vemos por todos lados los estereotipos y patrones de afectividad en todas partes, en los medios de comunicación, los cuentos de hadas –sobre todo en las películas de Disney, donde las historias se reinventan para tener siempre finales felices-. La princesa es rescatada por el príncipe, lo que le da un status social mayor y mayores capacidades materiales, además de falsa ilusión de que el amor es eterno, en una sociedad sexualizada inmersa en las nuevas tecnologías y lugar en el que los vínculos emocionales son menos profundos, generando una sensación de vacío.
La filósofa, escritora y feminista Simone de Beauvoir afirmaba con mucho tino, que “el día en que una mujer pueda amar, no desde su debilidad sino desde su fuerza, no para escapar de sí misma sino para encontrarse, no para rebajarse sino para afirmarse, ese día será para ella, como para los hombres, una fuente de vida y no de peligro mortal».
Las crianzas compartidas, la convivencias múltiples o el sentido de tribu y, sobre todo, la reflexión profunda sobre el amor propio que implica asumirnos completos, sin media naranjas o con múltiples medias naranjas, marcan la diferencia. Nuestro desafío es aprender a vincularnos amorosa, sexual y amistosamente de otras formas, de manera recíproca e igualitaria, para poder favorecer un cambio real en las relaciones afectivas.
**Pilar Pino es Licenciada en Economía y trabajó como reportera en medios como el periódico Imagen.