«No sé de qué hablar. ¿De la muerte o del amor? ¿O es lo mismo? ¿De qué?»
Liudmila Ignatenko, esposa del bombero fallecido Vasili Ignatenko
Por Norma Galarza Flores
(Reseña)
Hoy es el Día de la Tierra y el próximo 26 de abril, se cumplen 30 años ya, de la explosión en la central nuclear Vladímir Ilich Lenin, localizada a 18 kilómetros de Chernóbil, actualmente en el territorio de Ucrania. La explosión ocurrida durante una prueba de suministro eléctrico, que dejó 31 personas muertas sólo en el incendio y miles de desplazados, marcó el inicio de una era, en la que el miedo de la humanidad mutó de rostro, el enemigo ya no era la guerra sino un ente silencioso e invisible: la radiactividad.
De ese enemigo “incorpóreo” nos hablan los entrevistados de Svetlana Alexiévich. Voces de Chernóbil se compone de relatos sacados desde las entrañas de los sobrevivientes, de los herederos de una tragedia, cuyas consecuencias afectaron (y afectan) la vida y la salud, no sólo de los testigos presenciales sino de humanos que aún sin haber nacido, pagaron por las consecuencias de un gobierno omiso, que optó por callar y mentir sobre los riesgos de no tomar medidas precautorias, en aras no provocar pánico social.
En esta polifonía de historias sin un final feliz, Alexiévich, va desnudando la idiosincrasia de un pueblo arraigado en el pensamiento del deber a la patria, del heroísmo en el sacrificio, del miedo sin rostro, de cómo en un segundo, el destino puede obligarnos a renunciar a todo lo que conocemos, a lo que amamos y darnos una lección trascendente: no somos dueños de nada.
Alexiévich, arranca las historias gestadas en la inocencia de la gente, desde las experiencias humanas, de las percepciones típicas de personas que no lograron que el instinto de conservación los hiciera alejarse de una muerte segura, cómo lo hicieron las abejas que no esperaron la tragedia. Una muerte que llegó a veces inmediata, otras veces lenta e invisible, trasmitida genéticamente provocada por la radiación.
Actualmente en Bielorusia viven cerca 2,1 millones de personas en las zonas contaminadas de las cuales 700 mil, son niños. Ha incrementado la incidencia de cáncer ya que entre las causas del descenso demográfico, la radiación ocupa el primer lugar. Para los bielorusos la explosión de Chernóbil significó una tragedia de magnitudes catastróficas, provocó más daños que la guerra nazis. Durante los años de la Gran Guerra Patria, los nazis alemanes destruyeron en tierras bielorrusas 619 aldeas con sus pobladores. Después de Chernóbil, el país perdió 485 aldeas y pueblos.
Y no sólo eso, la explosión de la planta nuclear provocó que miles de personas se vieran obligadas a emprender un viaje sin retorno, por la imposibilidad de vivir en un área contaminada. Ya que de acuerdo a estudios científicos los nucleótidos tardan hasta 200 mil años en ser asimilados por la naturaleza, son “eternos desde el punto de vista humano” dice la ganadora del Nobel de Literatura 2015.
Pero esa tragedia, significa también una lección trascendente para la humanidad, porque nos dimensiona en este globo terráqueo, nos enseña que cualquier acto que ocurre en el mundo sin importar lo lejano que lo supongamos, repercute en nuestra vida diaria.
Nos enseña que estamos aún atados a la tierra por un cordón umbilical invisible, aunque nos aferremos a negarla, a estropearla y a destruirla, aunque en lo hondo de nuestro psique, tenemos anclado el presentimiento de la fatalidad, de que al final, pagaremos las consecuencias de nuestra irresponsabilidad.
Porque los fenómenos que ocurren a nuestro entorno aunque imperceptibles, están interconectados, lo estarán mientras compartamos la misma atmósfera. La radiación emitida por la explosión del reactor nuclear de Chernóbil, recorrió el mundo a pocos días de haber ocurrido. “El 2 de mayo de ese año se registró la presencia de sustancias gaseosas en el aire de Japón, luego el 4 de mayo en China, 5 y 6 en Estados Unidos En menos de una semana la explosión de Chernóbil se convirtió en un problema para todo el mundo”.- Svetlana Alexievich dixit-
Pero en Voces de Chernóbil, la periodista ucraniana nos muestra lo humano, le da voz a los olvidados, recoge las historias 10 años después de la tragedia, se mete en la memoria de los sobrevivientes afectados a hurgar entre los recuerdos dolorosos, recuerdos que durante años se vieron obligados a enterrar en el baúl más recóndito de la memoria, unos porque les obligaron a hacerlo, otros para anestesiar el dolor emocional de haber perdido todo, sus seres queridos, sus pertenencias, su vida, su futuro.
Las historias de las víctimas de Chernóbil, nos dejan con la misma sensación de Liudmila, esposa de Vasili Ignatenko, bombero fallecido en la central nuclear ( relato que abre el telón de esta “tragedia griega”), sin saber distinguir la diferencia entre lo que se siente el amor o la muerte…