Por Gerardo Mata
Nadie sabe para quién trabaja. Recientemente una de las caravanas de los padres de los jóvenes normalistas de Ayotzinapa, se reunieron con un grupo de la dirigencia del Ejército Zapatista de Liberación Nacional (EZLN) en Oventik, Chiapas; y siempre existe el riesgo de que alguien opine que este grupo armado de los noventas busca la luz de los reflectores y se monta en el dolor de los familiares de los desaparecidos. Pero el mismo Subcomandante Moisés cura en salud a su grupo y culpa a otros de montarse en el legítimo dolor de Ayotzinapa, por moda o por coyuntura política.
Indudablemente que más allá del dolor de los familiares, están el repudio y la indignación de la sociedad, pero también el miedo de que lo que pasó en Guerrero pueda repetirse, de esa u otra forma en cualquier otra parte de la República Mexicana.
Antes, hace no muchos días, que el común de las personas en México, había llegado a niveles de desconfianza en las autoridades, a tal grado de que pensaban que tales autoridades, las encargadas de la impartición de justicia, las encargadas de la investigación de los crímenes, las encargadas del gasto de los presupuestos y las encargadas de los sistemas y protocolos de prevención y salvaguarda de la seguridad pública, no estaban haciendo lo debido, y de hecho no hacían nada para aminorar, de alguna manera tangible, los graves rezagos visibles en los altos niveles de violencia que sufre cualquier rincón del país. Pero esa sensación ahora se ha suplido con la sospecha de que el pensamiento ya no es que la autoridad no hace nada, sino de que la autoridad es la que hace.
De una manera recurrente las manifestaciones en el país y en el extranjero, han logrado identificar como responsable directo de la desaparición de los 43 estudiantes al gobierno mexicano en sus tres niveles, ya no sólo por omisión, como pudiera pensarse, sino por acción. En España, por ejemplo, aunque los medios de comunicación oficiales y oficialistas no dieran cuenta de ello, circuló en las redes sociales un video en donde se ve cómo Enrique Peña Nieto es salvado de un ataque en un auditorio, durante su visita a ese país, y cómo manifestantes callejeros le gritan “asesino” y lo culpan directamente de lo sucedido en el estado de Guerrero.
Por eso, aunque el Subcomandante Moisés pudiera tener algo de razón, y haya quienes se sumen a la protesta por moda, él mismo hace énfasis en que el caso de Ayotzinapa no es un hecho aislado y llama a los asistentes a la reunión de Oventik a buscar “en los familiares de los niños y niñas asesinados en la guardería ABC en Sonora; en las organizaciones por los desaparecidos en Coahuila; en los familiares de las víctimas inocentes de la guerra, desde su inicio perdida, contra el narcotráfico; en los familiares de los miles de migrantes eliminados a todo lo largo del territorio mexicano”.
El gobierno mexicano, sea de quien sea y venga de donde venga, siempre hay tendido a tratar de mantener, a toda costa y por todas las vías posibles e imposibles, el estado de cosas que le resulta favorable en el momento. Por eso la tendencia del gobierno en turno va a ser la de negar todo, evadir cualquier cosa y ocultar lo que sea necesario. Y le conviene también, desde luego, hacer ver que cada uno de los hechos de sangre tiene su propio origen y no se relaciona de modo alguno con otro u otros ocurridos en la República.
El problema en la actualidad es que, a pesar de los intentos gubernamentales, el aislamiento de cada uno de los hechos ya no parece tan claro y una a una se desmoronan las tesis de que lo que sucede en Guerrero (o en cualquier estado) no afecta a otra parte del país. A eso han contribuido mucho las formas en que los movimientos sociales hoy presentan sus causas al juicio popular.
Al final de sexenio de Felipe Calderón, con la crudeza con que se sufría la guerra contra el narcotráfico en el país, la gente salía a la calle en las manifestaciones por la paz, y apoyaban las caravanas de los padres de las víctimas de secuestros. Ahora es difícil para muchos recordar con claridad los nombres de los que encabezaban los movimientos, y a nadie se le ocurre saber cuánto costaron las movilizaciones, y qué resultados hubo; menos porque se nos atravesó un proceso electoral espantoso y por lo menos una de las cabezas visibles del movimiento de las caravanas del dolor estuvo abanderando una candidatura.
Es cierto que muchos de los que entonces salieron a marchar y entre lágrimas encendieron una veladora, también ahora lo hacen; y habrá quienes puedan decir que es por moda, pero yo creo que eso va más allá y resulta ser porque la indignación, o es la misma, o todavía no se les pasa, o se aviva más por cada suceso sangriento.
Los estudiantes de la normal rural de Ayotzinapa que desparecieron, y de los cuales hasta la fecha no hay ni rastro, ni explicación convincente, son seres humanos y sus familias los esperan, y no pueden ser pretexto de movimiento político alguno, por muy bueno y noble que éste sea. Así que para que no se nos olvide, ellos se llaman: Abel García Hernández, Abelardo Vázquez Peniten, Adán Abrajan de la Cruz, Alexander Mora Venancio, Antonio Santana Maestro, Benjamín Ascencio Bautista, Bernardo Flores Alcaraz, Carlos Iván Ramírez Villarreal, Carlos Lorenzo Hernández Muñoz, César Manuel González Hernández, Christian Alfonso Rodríguez Telumbre, Christian Tomas Colon Garnica, Cutberto Ortiz Ramos, Dorian González Parral, Emiliano Alen Gaspar de la Cruz, Everardo Rodríguez Bello, Felipe Arnulfo Rosas, Giovanni Galindes Guerrero, Israel Caballero Sánchez, Israel Jacinto Lugardo, Jesús Jovany Rodríguez Tlatempa, Jonas Trujillo González, Jorge Álvarez Nava, Jorge Aníbal Cruz Mendoza, Jorge Antonio Tizapa Legideño, Jorge Luis González Parral, José Ángel Campos Cantor, José Ángel Navarrete González, José Eduardo Bartolo Tlatempa, José Luis Luna Torres, Jhosivani Guerrero de la Cruz, Julio César López Patolzin, Leonel Castro Abarca, Luis Ángel Abarca Carrillo, Luis Ángel Francisco Arzola, Magdaleno Rubén Lauro Villegas, Marcial Pablo Baranda, Marco Antonio Gómez Molina, Martín Getsemany Sánchez García, Mauricio Ortega Valerio, Miguel Ángel Hernández Martínez, Miguel Ángel Mendoza Zacarías y Saúl Bruno García.