“Una nación sin elecciones libres es una nación sin voz, sin ojos y sin brazos.”
Octavio Paz, mexicano ganador del premio nobel de Literatura
El próximo 4 de junio serán las elecciones a la gubernatura en Coahuila de Zaragoza y el Estado de México, lo que significará el arranque de la carrera presidencial hacia el 2024. Los comicios del domingo, nos mostrarán una radiografía de lo que pudiera ocurrir en el proceso electoral presidencial.
En el Estado de México se enfrentan: Delfina Gómez, representante de la coalición de Morena-PVM-PT y Alejandra del Moral que representa a PRI-PAN-PRD. Las preferencias en las encuestas muestran a Delfina como puntera.
Si pierde la alianza opositora significará que el PRI pierda el último coto de poder que le queda y su verdadera muerte, a la que “Alito” Moreno ha ayudado bastante. Desgraciadamente la oposición no ha tenido la capacidad de articularse bien en la alianza. Los partidos que flanquean al PRI, parecen dispersos.
En Coahuila ocurre lo mismo, el tricolor cobra un lugar preponderante con Manolo Jiménez, mientras sus compañeros desaparecen de la escena.
Por otra parte, si la observamos esta campaña desde la teoría de fractales, vemos que ha estado salpicada de elementos que pueden descomponer la continuidad del proyecto del presidente. En Coahuila, la ruptura con Ricardo Mejía Berdeja, uno de los aspirantes a la candidatura de Morena, por la inconformidad con el método de selección, mantuvo una fractura de las alianzas por acuerdos incumplidos con el PT. La reciente declinación del partido de Alberto Anaya a favor de Armando Guadiana, no terminó con la fisura que provocó el desacuerdo con Mejía Berdeja.
El bloque de Morena llegará a 2024 dividido en dos, es decir la mitad de la intención del voto por Morena esta fracturada. La otra mitad es el voto anti-Morena, representado en la alianza PRI-PAN-PRD.
Por otro lado, los partidos establecen las reglas para la selección de candidatos que competirán por el 2024. En Morena se juegan el puesto entre tres personajes: la favorita Claudia Sheinbaum, Adán Augusto López y Marcelo Ebrard. Este último puede protagonizar algún tipo de fractura al interior de Morena, si eventualmente pierde la encuesta en la que se seleccionará al candidato o candidata.
Ebrard cuenta con un capital político considerable, su nombre es conocido y bien recibido en el interior de la república. Sin embargo, es el que tiene mayor desventaja por la forma en que se ha gestionado su relación con el presidente en los últimos meses, ¿tomará la decisión de salirse del partido en caso de inconformidad? Es poco probable, pero de ser así, las elecciones se podrían interesantes y aunque el oficialismo tiene la victoria prácticamente asegurada, lo haría con menor margen del esperado al día de hoy.
Claudia Sheinbaum es la puntera en las encuestas, por ser la insignia de la continuidad del proyecto presidencial, tanto en como incide en la población al ser la preferida por el presidente, como los recursos y el equipo de trabajo que la acompañan. Por ejemplo, en Zacatecas quien coordina el movimiento es Ulises Mejía, quien es querido por la gente por su buen desempeño como alcalde de la capital pese a ser atacado por fuego amigo constantemente. AMLO tiene una facultad meta constitucional de incidir en quien sea el o la candidata a la presidencia.
Por la configuración política actual de concentración de poder, hay altísimas probabilidades de que las «corcholatas» no seleccionas se sumen a el o la candidata. Sería lo óptimo tener democracia intra partidista, pero, lo que nos debe importar es que los votos sean contabilizados de la manera correcta, que sea una contienda lo más pareja y más transparente posible.
El gran elector en la contienda interna del 2024 es el presidente, en caso de recurrir al debate, ganará quien lo adule más y mejor. Lo cierto, que el método de selección será para legitimar la decisión de López Obrador. Si bien la preferida es Sheinbaum, puede cambiar de opinión dependiendo de los resultados del 4 de junio.
El problema más grave para él, en la sucesión presidencial, es la asimetría de legitimidades que tendrá su sucesora o sucesor. Ninguna de las tres “corcholatas” tendrá el nivel de legitimidad política que tuvo AMLO en el 2018. La falta de esta legitimidad tendrá un impacto considerable en la gobernabilidad.
Las facultades de López Obrador, son distintas a las de los presidentes del PRI del pasado, por ello hablamos de un fenómeno distinto a la sucesión presidencial priista. El Andrés Manuel priista, no conoció el manejo cupular del PRI, quedo a nivel de dirigencia (realizada con maestría, por cierto). No conoce las reglas, las formas y la disciplina, que llevaron a la permanencia de este partido en la presidencia por más de 70 años, con todo y el recicle de las élites, así como, casi un siglo gobernando el Estado de México, la segunda economía más grande del país que aporta el 9% del PIB.
A diferencia del PRI, Morena carece de cacicazgos locales, este partido esta consolidado alrededor de la figura de Andrés Manuel López Obrador, quien durante 18 años recorrió el país, construyó un andamiaje sumando distintos grupos partidistas y una gran cantidad de votantes a su proyecto, es decir, no nace de los grupos de poder, sino que los articula y les permite sobrevivir políticamente bajo su manto.