La trastienda #27: Los dos Zacatecas

 

 

Por: Cuauhtémoc Calderón.

José “Pepe” Aguirre Campos, empresario zacatecano, acaba de dar un golpe de timón que podría cambiar parte de la historia turística de la ciudad: adquirió el icónico Hotel Quinta Real Zacatecas. No para convertirlo en un salón de eventos más, ni en un capricho inmobiliario, sino para restaurarlo con respeto a su esencia original y vincularlo con la Mina El Edén, creando una experiencia turística integral, cultural y de alto valor económico.

Es una apuesta con visión. Inversión privada, rescate patrimonial, generación de empleos y atracción de visitantes con poder adquisitivo. Un modelo que dignifica la industria sin chimeneas, que entiende que el turismo cultural no se mide solo en cantidad de visitantes, sino en la calidad de la experiencia que se les ofrece.

Y mientras eso sucede… el gobierno municipal de Zacatecas autoriza instalar un tianguis en pleno Centro Histórico. No una feria ordenada, no un mercado de artesanías auténticas, sino un conjunto improvisado de puestos con lonas mal impresas, fritangas en las banquetas y estética de abandono. Todo esto, en un espacio que es Patrimonio Mundial de la Humanidad desde 1993, con una declaratoria que exige cuidado, orden y respeto en cada metro cuadrado.

La diferencia entre ambas decisiones es abismal:

• Visión Aguirre: grandeza, rescate patrimonial, prestigio, turismo de calidad.

• Visión municipal: improvisación, estética devaluada, competencia desleal contra negocios establecidos y banalización del patrimonio.

En derecho, la autoridad municipal tiene facultades para autorizar usos de suelo y actividades en el Centro Histórico. En sentido común, tendría la obligación de proteger el valor universal excepcional que le da a Zacatecas su reconocimiento internacional. Pero una cosa es la letra de la ley y otra la altura de miras con la que se ejerce.

El caso de Aguirre no desplaza a nadie, no encarece vivienda, no privatiza espacios públicos: activa una finca histórica en venida a menos, la convierte en motor cultural y la conecta con otro de los grandes atractivos de la ciudad. El caso del tianguis no rescata nada: degrada la experiencia del visitante y reduce la imagen de Zacatecas a la de cualquier mercado improvisado.

Ciudades Patrimonio como Oaxaca, Cartagena, Lisboa o Girona han demostrado que cuando la iniciativa privada y la planeación pública trabajan con un objetivo claro —elevar el nivel del destino—, el resultado es desarrollo y orgullo colectivo.

Pero cuando las autoridades confunden “actividad” con “estrategia” y creen que cualquier movimiento es bueno, acaban reforzando la mediocridad estética y la baja expectativa cultural.

No se trata de elegir entre lo popular y lo exclusivo, sino entre lo que construye y lo que destruye. Entre la grandeza que deja huella y la ocurrencia que deja basura. Zacatecas merece mucho más que tianguis improvisados. Merece visión.

Y hoy, curiosamente, esa visión viene de un empresario que cree en su tierra… no de un gobierno que debería cuidarla.

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