Sobre la pluma: Alejandro Bonet Ordóñez es coordinador de «El camino de México» en Zacatecas
Imagina la escena, porque duele solo pensarla: es primero de noviembre de 2025, Día de Muertos, en la plaza principal de Uruapan, Michoacán. La ciudad huele a cempasúchil y pan de muerto; familias enteras ríen alrededor de ofrendas improvisadas. De pronto, un sicario de diecisiete años —un joven con adicciones y mirada vacía— emerge de la nada y vacía un cargador contra el alcalde Carlos Manzo. Siete disparos: uno en la cabeza, otro en el pecho. Manzo, electo por la vía independiente y también de espíritu, cae tieso ante cientos de testigos. El asesino intenta huir, pero la multitud lo lincha en el acto. No hay glamour en esto, solo sangre fresca mezclada con incienso.
Manzo representaba un cambio: menos extorsión, más justicia local. Su muerte no es solo un homicidio; es un anuncio público del crimen organizado: aquí mandamos nosotros. Y mientras el país debería llorar, la oposición llega a picotear. En el Congreso, durante la discusión del Presupuesto 2026, PAN y PRI gritan “¡Asesinos!”, vuelan las mesas: esto es por abrazos, no por balazos. Comunicados, hashtags —#SheinbaumAsesina—, bots en X (antes Twitter). No hubo condolencias, solo guerra sucia. Y Sheinbaum responde sin rodeos: “Son buitres”. Carroñeros que usan la tragedia para ganar votos. Tenían razón los ciudadanos que lincharon al sicario: no hay justicia, solo furia.
Los números duelen: 56 políticos asesinados en 2025, diez alcaldes —Manzo fue el décimo—, 200 desde 2023. En los sexenios de Calderón y Peña también cayeron más de cuarenta alcaldes cada uno, pero eso no lo dicen. No, ahora es su turno. Gritan “¡Carroñeros!” entre sí en el pleno, pero todos se ceban en la misma herida. México no se politiza por Manzo; ya estaba corrupto. Se distrae. Con shows, con votos, con promesas vacías. Mientras tanto, en Uruapan, las ofrendas incluyen la foto de un alcalde caído, y el Día de Muertos se tiñe de rojo vivo.
¿Qué nos queda? Una reflexión amarga: el país no se politiza por el asesinato; se distrae, sí, con espectáculos que evitan el fondo: la corrupción sistémica, la impunidad rampante y una sociedad que clama justicia, no circo político. Si no detenemos este festín, los buitres ganan. Y México, con sus muertos frescos, sigue siendo el banquete eterno. En paz descanse un alcalde valiente.