Dice el chiste que el Coronavirus es como el Sancho, algunos sospechan de él, hay unos que ya lo tienen y ni cuenta se dan y otros todavía dicen que no existe. El martes pasado supe que el fin de semana tuve contacto con una persona que convivió con alguien positivo a Covid-19. La angustia me inundó, tengo comorbilidades, mis células como tiburones practican el canibalismo entre ellas, se llama Sjögren.
Previsora como soy, había adquirido en Mercado Libre un oxímetro y constantemente checaba mis síntomas, todo bien. Tan ensimismada estaba en que yo sería el rival más débil ante la enfermedad, que no puse demasiada atención en mi hija y asumí que por ser adolescente, su sistema inmune daría la pelea. Craso error.
El viernes por la tarde luego de que cumplió con las clases se adaptación a la nueva escuela, me dijo que tenía mucho frío y que le dolía la cabeza. También me dijo que le dolía el estómago, quería vomitar y que había ido al baño ya dos veces. Entré en pánico.
Rápido salí a comprar un termómetro. Su temperatura marcaba 37.6, se veía mal, fue cuestión de horas. De rato empezó a saturar hasta 86 por ciento y la temperatura marcaba 39.1. Corrí a la UNEME angustiada porque temía que dejara de respirar. No me atendieron y me mandaron al Hospital General ya que el área de urgencias de ese nosocomio se convirtió en un área de atención Covid-19.
La desierta sala de espera la ocupaba otra persona cuyo paciente estaba siendo observado dentro del consultorio, era su padre y estaba grave. Aguardamos alrededor de 2 horas porque después de subir al paciente a cuidados intensivos, debían esterilizar el consultorio, después de ese procedimiento mi hija podría ingresar. Fueron las horas más horribles de mi vida, su cara pálida y un evidente cansancio constataban que no estaba bien.
Cuando aún estábamos en sala, llegaron varios jóvenes exigiendo atención para una mujer de unos 20 años que ebria, había caído de una moto en movimiento. No la quisieron atender. Sus acompañantes algo borrachos para colmo querían dejarla ahí sola, mientras ella, mareada y con un evidente golpe en la cabeza casi no se sostenía en pie. Sentí rabia por la actitud de los patanes y también porque arriesgaron su vida al dejarla subir alcoholizada a una moto, mientras a nosotros un ser invisible del que se suponía que teníamos meses cuidándonos, nos postraba.
Cuando entramos, el doctor y sus asistentes muy amables, preguntaron los síntomas y mandaron hacer la radiografía de tórax. No hubo examen de sangre para confirmar las sospechas–supongo que a estas alturas son tantos, que ya resulta innecesario-, además sus pulmones mandaban señales de que se gestaba una lesión en ellos, eso fue suficiente. Le dieron el tratamiento de rutina contra los síntomas de Covid-19 que son paracetamol, azitromicina y dexametasona. Ese día le suministraron la primera toma y juzgaron innecesario hospitalizarla porque dijeron, es mayor el riesgo de agravarse en contacto con otros pacientes, por eso nos mandaron a la casa, fue lo mejor en muchos aspectos.
Era obligatorio mantenerse en vela esa noche, ya que fue fundamental estar checando permanentemente la oxigenación y que la fiebre no aumentara. La diarrea y el vómito habían cedido horas antes, sin embargo, ella manifestaba un fuerte dolor estomacal que intenté atacar con agua, carbonato y limón. Así pasamos alrededor de 17 horas de una indescriptible angustia en las que agradezco el contacto permanente tanto de mi amigo Juan Gerardo Aguilar como del pediatra Jorge Luis Girón, quienes me asesoraron y me dieron indicaciones en todo momento. También a Rocío Álvarez que estuvo al pendiente en las horas cruciales.
El sábado por la tarde todo empezó a mejorar visiblemente, aunque había adquirido un tanque de oxígeno, Luciana ya no lo necesitó, su saturación empezaba a normalizarse y también su estado de ánimo. El domingo temprano, la gripe hizo su aparición, estornudaba muy seguido y optamos por la limpieza nasal usando agua de mar y en pocas horas parece que cedió.
Por mi parte, no he manifestado síntomas salvo horribles crisis de ansiedad (aún me queda una semana para decir que estuve en contacto con el virus y mis chocantes células lograron vencerlo). Igual tampoco he bajado la guardia, me monitoreo constantemente y estoy tratando de mantener una dieta lo más saludable posible.
Sé que aún nos quedan días en lo que la enfermedad puede dar vuelcos brutales y volverse agresiva, por eso estoy atenta. Dicen que los síntomas pueden aparecer del segundo al catorceavo día, por eso no escatimo en cuidados y me mantengo alerta, vigilando a mi hija y a mí. No he dejado de lado los consejos de tomar té de jengibre con limón y miel ni el de lavarse las manos constantemente, además, trato de mantener impecable la casa.
Off record, les puedo decir, que me tomo también un caballito de mezcal con harto limón y sal dos veces al día. Hoy cumplimos 11 días de que tuvimos contacto con el virus, aún no termina el peligro, pero seguimos al pendiente a cualquier cambio, cuidándonos en muchos aspectos.
Salgo a comprar solo lo indispensable, trato de mantenerme aislada lo más que puedo, no olvido ni mi cubrebocas ni la careta y guantes cuando lo hago, sé que en este momento soy tóxica (más de lo que soy normalmente) y la verdad no deseo que nadie pase por lo que estamos pasando. Finalmente, les insistiré en algo aunque suene a cliché; cuídense, los centros de salud están colapsando y la vida puede pender de la rapidez con la que los atiendan.
Un consejo, antes de tomar dióxido de cloro y todas esas cosas, consigan un oxímetro, ese aparatito puede resultar vital ante este mal. Agradezco infinitamente a mi familia y amigos que han estado ahí al pie del cañón, no sé con qué pagarles pero sepan que si los atrapa el diminuto bicho, estaré ahí indubitablemente.