Por Norma Galarza Flores
La masacre ocurrida hace más de un mes en la escuela normal de Ayotzinapa, y ante la detención de los presuntos autores intelectuales, ha sido el detonante de una situación histórica en México: nos ha hecho despertar. Los miles de mexicanos que tomaron las calles exigiendo se esclarecieran los hechos, dan un viso de esperanza a un país que muchos creíamos perdido. Esto demuestra que la presión social ejerce un papel fundamental en que se den resultados. Sabemos, sin embargo, que aún quedan muchos intocables en este caso, que gozan de libertad, pero por lo menos ya dimos el primer paso que es: la indignación
Indignarnos y solidarizarnos ha marcado la diferencia, tomar el dolor de las madres y los padres a los que les fueron arrebatados sus hijos, es un avance muy sigificativo. Ayotzinapa nos ha despertado, nos ha unido, nos ha fortalecido. No fue Tlaltelolco, no fue Acteal, no fue Atenco, ni Tlataya. Hoy los mexicanos no sólo reclamamos que se haga justicia, nuestra rabia contenida nos hace exigirle al gobierno que dé el trato de delincuentes a los esposos Abarca, porque eso es lo que son, que no criminalice a los activistas sociales, como al casi olvidado doctor Mireles, quien está preso por el simple hecho de serle incómodo a un sistema, donde caben pocos, muy pocos.
Escuchar ayer los relatos cargados de dolor de un padre, de un alumno sobreviviente, no fue fácil. la piel se erizaba, por los relatos de terror, fue horrible. Saber que no es la primera vez, que la apatía de un gobierno a quien su pueblo no parece importarle, solo en tiempos electorales da coraje, da impotencia. Por más que habíamos dicho que el 2 de octubre no se olvida, la verdad es que sí se nos había olvidado o peor aúnya no nos afectaba, el tiempo se había encargado de borrar las huellas de la otra masacre conocida, efectuada por el gobierno. Quizá nos habíamos acostumbrado a ver a México sangrar, tuvimos más de 6 años para acostumbrarnos, para que la muerte de nuestros hermanos pasara como típica, como cotidiana, como natural. Ayotzinapa nos dio el golpe en la cara, que nos hizo despertar de ese letargo.
Mis respetos a todos y cada uno de los mexicanos que no dejaron que esta masacre se diluyera en la desmemoria de un pueblo acostumbrado a olvidar, para comodidad de sus gobernantes. Mi abrazo para los padres y madres que aún no extinguen la esperanza de ver llegar a sus hijos sanos y salvos. Por lo pronto que no nos mareen con la detención de estas dos lacras, que sean condenados. Que devuelvan a los 43 estudiantes, que se haga justicia y que caiga, quien tenga que caer.