Sobre la pluma: Alejandro Bonet es coordinador de El Camino de México en Zacatecas
En las calles de Zacatecas, esta semana de noviembre ha sido un eco de demandas juveniles que resuenan con fuerza. Dos movimientos, distintos en sus reclamos pero unidos por la frustración de una generación cansada de promesas incumplidas, han tomado las vialidades y los titulares. Por un lado, los normalistas de la Escuela Normal Rural “General Matías Ramos Santos” en San Marcos, que han radicalizado sus protestas bloqueando bulevares y tomando oficinas gubernamentales. Por el otro, la Generación Z —nacida entre 1997 y 2012— que se organiza en redes para una marcha nacional el 15 de noviembre, con presencia local en Zacatecas.
Estas manifestaciones no son aisladas: reflejan un México donde los jóvenes, armados de carteles y hashtags, reclaman lo que les corresponde: educación digna, seguridad y un futuro sin violencia. Y en medio de este clamor, partidos y figuras políticas intentan colarse, pero los manifestantes lo rechazan con claridad: esto es nuestro, sin colores ni agendas ajenas.
Empecemos por los normalistas. Desde el lunes, estudiantes de San Marcos han mantenido un plantón ininterrumpido en casetas de peaje y, este martes 12, escalaron a un bloqueo total del bulevar José López Portillo, principal acceso a Guadalupe y la capital. Tomaron las oficinas de la Secretaría de Educación de Zacatecas, exigiendo pagos pendientes de bonos especiales desde el ciclo escolar pasado, becas estatales de 1,500 pesos mensuales y mejoras en la calidad de los alimentos que reciben en su internado.
—No queremos migajas, queremos condiciones para estudiar sin hambre ni deudas —gritaba una estudiante al micrófono improvisado durante la negociación fallida con autoridades. La Fiscalía General del Estado ya interpuso denuncias por delitos federales contra los jóvenes, acusándolos de obstruir vías de comunicación. Sin acuerdos a la vista, el gobernador David Monreal Ávila enfrenta críticas por la falta de diálogo. Los normalistas denuncian amenazas y amedrentamientos, lo que solo aviva su determinación.
Esta no es la primera vez. La Normal Rural de San Marcos, con su historia de lucha por la educación pública gratuita desde los años veinte, ha protagonizado protestas similares en 2023 y 2024. Pero esta semana marca un punto de inflexión: siete días de acción continua.
Y justo en el pico de esta tensión, la Coordinadora Nacional de Trabajadores de la Educación (CNTE) irrumpe con su propio pulso disidente. El jueves 13, más de 20,000 docentes zacatecanos marcharon en una mega movilización junto al SNTE, respaldando explícitamente a los normalistas en su paro y exigiendo la abrogación de la controvertida Ley del ISSSTE de 2007, que consideran un robo a sus pensiones.
No pararon ahí: convocaron un paro nacional de 48 horas para el 13 y 14 de noviembre, instalando bloqueos en casetas clave como la de Fresnillo y plantones frente a oficinas educativas. —Apoyamos a los chavos porque estamos en el mismo barco: educación sin migajas para nadie —declaró un líder de la CNTE local, mientras la multitud colapsaba avenidas con pancartas contra la reforma previsional.
Es un respaldo orgánico, sin fisuras, que amplifica el eco normalista sin robarle protagonismo: dos días de fuego coordinado que recuerdan que la lucha por la escuela pública no es solo de jóvenes, sino de toda una cadena de educadores hartos.
Mientras tanto, la Generación Z irrumpe con un activismo digital que se materializa en las plazas. Convocados por el colectivo Generación Z México y el Movimiento del Sombrero, miles de jóvenes zacatecanos se preparan para la marcha del sábado, partiendo del Ángel de la Independencia en la CDMX, con réplicas en 24 estados, incluyendo Zacatecas.
El detonante: el asesinato del alcalde de Uruapan, Carlos Manzo, el 1 de noviembre, a manos de la delincuencia organizada. —Basta de violencia que nos roba el futuro —reza el llamado viral en TikTok e Instagram, donde el hashtag #MarchaGenZ acumula millones de vistas.
En Zacatecas, el movimiento se alinea con preocupaciones locales: inseguridad rampante —15 homicidios reportados solo en la primera semana de noviembre— y un desempleo juvenil que ronda el 10%, según datos del INEGI. Los organizadores, muchos universitarios de la UAZ, se deslindan del vandalismo y llaman a la paz, pero advierten: —No somos niños jugando; somos el cambio que el país necesita.
Aquí es donde la sátira asoma. Mientras los chavos bloquean avenidas sin pedir permiso, el PRI tuitea fotos de sus diputados en camisetas con el hashtag, como si de repente recordaran qué es ser joven… después de décadas de bloquear ellos mismos cualquier cambio real. El PAN, fiel a su tradición, ofrece apoyo moral desde sus oficinas climatizadas, prometiendo que sí, que ahora sí van a escuchar… después de 40 años de prometer lo mismo y entregar balas en su lugar. Y Movimiento Ciudadano… ay, los naranjas, posando con selfies en la marcha, filtros de Instagram incluidos, tratando de venderse como frescos cuando su partido nació viejo y oportunista.
¿En serio? Los manifestantes no necesitan a nadie que les robe el micrófono para sonar auténticos. Al contrario, gritan más fuerte cuando ven a políticos oliendo a foto para su campaña. Estas intentonas no limpian sus historiales: PRI con sus deudas eternas, PAN con su corrupción disfrazada de virtud, MC con su oportunismo millennial. La Gen Z lo dijo claro: si se acercan, se van a hacer virales… por lo ridículos.
Partidos como esos defienden la marcha en público, pidiendo a sus rivales no infiltrarla, pero todos sabemos que quieren surfear la ola sin mojarse. El gobierno federal, con Rosa Icela Rodríguez en visita a Zacatecas, promete mesas de diálogo.
Es un grito contra la impunidad, inspirado en protestas previas como la del 2 de octubre, donde choques con policías dejaron heridos. ¿Qué une a estos movimientos? La impaciencia de una juventud que creció con smartphones en mano, viendo cómo la pandemia, la inseguridad y la desigualdad les robaban oportunidades.
Los normalistas, muchos de zonas rurales pobres, luchan por lo básico: un techo, comida y estudios sin deudas que los hundan en la pobreza. La Gen Z, más urbana y conectada, amplía el lente hacia la violencia sistémica que amenaza su porvenir. Ambas voces exponen fallas estructurales: un presupuesto educativo que prioriza lo privado sobre lo público, y políticas de seguridad que fallan en proteger a los vulnerables.
En Zacatecas, epicentro minero y migratorio, estas protestas resaltan cómo la desigualdad regional agrava el descontento. El estado ocupa el lugar 25 en el Índice de Desarrollo Humano, con jóvenes que sueñan con emigrar antes que quedarse a pelear.
Pero no todo es confrontación. Hay lecciones en esta efervescencia. Las negociaciones fallidas con normalistas muestran la urgencia de canales abiertos; mesas con mediadores independientes podrían desescalar tensiones. Para la Gen Z, su uso magistral de redes democratiza la protesta, atrayendo aliados globales y presionando a autoridades a responder en tiempo real.
Críticos señalan riesgos: bloqueos que afectan a trabajadores y pacientes, o marchas que podrían derivar en caos si no se coordinan con seguridad. Aun así, reprimir solo siembra más semillas de ira.
Al final, estas manifestaciones son un recordatorio: la juventud no pide caridad, sino justicia. En Zacatecas, donde el sol cae sobre calles bloqueadas, los normalistas y la Gen Z no son enemigos del orden, sino sus guardianes. Si el gobierno escucha —pagando deudas, invirtiendo en escuelas y combatiendo la violencia de raíz— estas voces podrían transformarse en propuestas constructivas. De lo contrario, el eco se hará rugido.
El 15 de noviembre, las calles hablarán de nuevo. ¿Estaremos listos para oír? Sin políticos de fondo, claro: solo la gente, pura y sin filtro.