Por Jael Alvarado Jáquez
Tras una intensa campaña publicitaria se estrena por fin «La dictadura perfecta», película que continua con la serie de retratos tragicómicos de la realidad política nacional filmados por Luis Estrada (México, 1962)
La expectación generada por la cinta resultó en un gran éxito en taquilla, sin embargo, la crítica no ha sido benévola con la cinta que en un principio aparentaba ser un retrato satírico de los primeros años del gobierno de Enrique Peña Nieto y de su ascenso al poder gracias al apoyo de Televisa, la película es un retrato de las turbias relaciones entre el poder y los medios. Una crónica del omnisciente chayote y sus muy diversas manifestaciones y transformaciones.
La película es protagonizada en parte por un grupo de actores cuyo desempeño es habitual en las cintas de Estrada, como Joaquín Cosío y Damián Alcázar, quienes, respectivamente, han encarnado a personajes que se han vuelto parte de la mitología nacional, como el celebérrimo Cochiloco en “El infierno” y el licenciado Vargas en “La ley de Herodes”. (¿Acaso el Carmelo Vargas, el personaje central de “La dictadura perfecta” es un nieto o bisnieto de este último?). Las otra parte de los protagonistas de la cinta son actores formados y llevados a la fama por Televisa, televisora que, hemos de suponer, no volverá a extenderles un contrato. A pesar de sus antecedentes telenoveleros, este grupo de actores ofrece un trabajo bastante aceptable y a tono con la dirección, que buscaba una narrativa cercana a la de la televisión.
El punto débil de la cinta, sin embargo, es el guión, que muestra deficiencias por donde se le vea. Funciona perfectamente como una serie de sketches ligados, pero cuando se intenta reconstruir la historia en retrospectiva, ésta se cae a pedazos. En una trama donde se quiso incluir demasiados episodios vergonzosos de la vida nacional, uniéndolos en una sola historia, que además tiene momentos cíclicos, tantos elementos terminan por enredarse sin éxito. Además, no se puede armar una historia convincente de espías, filtraciones y dobles agentes si cada una de esas piezas no está bien amarrada y sus acciones perfectamente justificadas.
Otro error de la película es su falta de timing (algo que Estrada manejó muy bien en “La ley de Herodes”, por ejemplo). En “La dictadura perfecta” hacen reír mucho las continuas alusiones a personajes y episodios nacionales perfectamente conocidos, pero hizo falta estructurar mejor los diálogos y las acciones para que los momentos cómicos resultaran más eficaces y para hacer más fluida la película, que en su parte final se vuelve predecible y se siente interminable.