Hay una verdad axiomática aunque dolorosa, ante la violencia feminicida y la violencia en general que estamos viviendo: que seguimos evadiendo la culpa colectiva.
Esa actitud lo único que ha provocado es que nos hundamos cada vez más profundo en el fango. Y es que, culpamos a otros para acallar nuestras propias culpas. Reducir las responsabilidades sociales a una simple coyuntura política es una actitud comodina, es la salida más sencilla.
Optar por aplicar el cargo de los 10 homicidios de mujeres que ocurren al día, al gobierno en turno, impide que juntos encontremos soluciones que erradiquen de la escena nacional la inseguridad y violencia que se arraigaron en el país de forma más notable desde 2006.
Y ¿sabe cuál fue el peor error de Felipe Calderón más allá de su estúpida guerra contra el narco? Implantar en la psique colectiva la idea de que la autoridad puede ser burlada. Al desnudar esa realidad, se rompieron las trabas psicológicas que impedían al ciudadano común, delinquir.
Ese escenario detonó la realidad que vivimos ahora y de la que también los ciudadanos somos responsables. ¿Acaso no nos ha caído el veinte de que sin importar el partido o personaje que llegue al poder, nadie podrá cambiar nuestra realidad si nosotros seguimos por la misma ruta?
¿No hemos aprendido nada en los últimos casi 3 sexenios en los que tal parece que a fuerza de abulia y apatía nos convertimos en la guadaña de Átropos?
Recordemos que al sistema político lo conforman hombres y mujeres que emanan del pueblo. Culpamos a Felipe Calderón en su momento, luego tocó turno a Peña, y el resultado fue similar. Ahorita la responsabilidad cae sobre López Obrador, pero ellos, los políticos, solo son parte de un todo corrupto y podrido.
Y, ojo, no tengo ni la más mínima intención de defender a esos personajes, quienes es muy evidente que han sido incapaces de cumplir con la parte que es corresponde. Sin embargo no sólo ellos han fallado. Fallamos todos. La flojera, la omisión y el valemadrismo son nuestro el talón de Aquiles.
Seguimos evadiendo nuestra responsabilidad como ciudadanos y ante eso culpamos a los servidores públicos, a los burócratas que por flojera no cumplen sus funciones. Pero ellos son los las personas con las que convivimos a diario, como lo es el policía que transa o el juez que libera asesinos.
Nuestros crímenes son por omisión. ¿Cuántos de nosotros sabemos de la violencia que viven algunos de nuestros vecinos y no interferimos, porque pensamos que no nos corresponde? ¿Recuerda el caso de la niña de 5 años violada y asesinada en Sombrerete que además tenía en su cuerpo huellas de tortura? También la mató la apatía, no dude que las personas que la conocían, sabían que algo no estaba bien y prefirieron no hacer nada. Ante hechos de crueldad extrema contra niñas y niños, somos el típico pueblo que simula tapar el pozo, pero lo hace mientras lo estén viendo, luego lo vuelve a destapar. Somos el pueblo que protesta, que marcha, que se pronuncia en individual y en colectivo en redes sociales, pero pasado el impacto, sigue haciéndose de la vista gorda, como siempre.
Y lo que es peor, el machismo generador de la violencia contra las mujeres y niñas, ni siquiera se puede reducir a un asunto de un solo género por el simple hecho de que es común que hermanas, madres y hasta nuevas parejas de los agresores se vuelvan sus principales protectoras cuando la violencia llega al homicidio, es aberrante.
Urge que entendamos que nuestros problemas no se reducen a cambios en el poder, culpar a una sola persona solo evidencia nuestra incapacidad para aceptar nuestra responsabilidad para cambiar no solo nuestro entorno. De seguir por esa ruta, no nos salvaremos de la mierda que brota de la cloaca. La indolencia y la apatía también matan.