La trastienda #12: Cuando el ego dirige

Por: Cuauhtémoc Calderón.

En el mundo de los negocios y la política, el ego rara vez se presenta como un enemigo. Al contrario, suele disfrazarse de liderazgo, carisma o visión. Pero como advierte Ryan Holiday en su libro “El ego es el enemigo”, el mayor obstáculo para crecer, liderar o incluso sobrevivir en escenarios de alta exigencia, es ese impulso interno que nos hace creer que ya llegamos, que ya lo sabemos todo, que el éxito nos pertenece por derecho y que la culpa siempre es de otros.

Y en un país como México —donde el emprendimiento y el poder se confunden con la soberbia— el ego estorba y puede arruinarlo todo.

El ego que no escucha

En muchas juntas, despachos o gabinetes, lo primero que muere es la retroalimentación honesta. ¿Quién se atreve a contradecir al dueño de la empresa, al jefe político, al emprendedor con miles de seguidores? Cuando el ego toma el mando, la escucha desaparece. Se impone la aprobación servil, el “sí señor”, el “usted tiene razón”. Y entonces, los errores se multiplican. No por falta de talento, sino por exceso de autosuficiencia.

El ego que habla antes de hacer

En México, nos hemos vuelto expertos en anunciar proyectos antes de tenerlos listos. Negocios que se lanzan con ruedas de prensa pero sin ventas. Iniciativas gubernamentales con logos pero sin estrategia. El ego se alimenta de la apariencia, no del resultado. Prefiere mil likes antes que una revisión financiera. Prefiere salir en la foto antes que terminar la obra.

Y mientras tanto, el mercado —y los ciudadanos— esperan algo más que promesas bonitas.

El ego que no tolera el fracaso

Uno de los errores más caros en el mundo de los negocios es negarse a aceptar que algo no funcionó. Cuántas marcas, empresas, programas públicos o campañas políticas siguen vivas artificialmente solo porque el ego de sus líderes no les permite aceptar que se equivocaron. Se aferran, se justifican, se autoengañan. Y arrastran con ellos a todo un equipo, una ciudad o una institución.

Holiday lo resume así: “El fracaso no te define. Tu respuesta al fracaso, sí.”

El ego que separa

Otra trampa silenciosa del ego es que te aísla. Cuando crees que tú eres la única voz que importa, dejas de mirar a tu equipo, a tus socios, a tus clientes. Crees que el mérito es solo tuyo y olvidas que cualquier logro es el resultado de muchas manos. El ego convierte al liderazgo en un monólogo. Y ese monólogo, tarde o temprano, se vuelve irrelevante.

Una lección incómoda

La diferencia entre liderazgo y ego está en la capacidad de reconocer límites. Los mejores empresarios no son los más ruidosos, son los más disciplinados. Los líderes con impacto no necesitan que se les aplauda: necesitan que las cosas se hagan bien. Y los políticos que trascienden no son los que gritan más fuerte, sino los que saben escuchar en silencio.

En un país que necesita construir más que aparentar, que urge resultados más que discursos, lo que menos necesitamos son más egos inflados dirigiendo proyectos públicos o privados. Ya tuvimos demasiados.

Y como recordaría Holiday: “Haz el trabajo. Hazlo bien. Después, deja que hablen los resultados.”

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

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