La trastienda #22: El premiado del desastre

Por: Cuauhtémoc Calderón

Hay símbolos que indignan. El reciente nombramiento de Hugo López-Gatell como representante de nuestro país en la Organización Mundial de la Salud no sólo es un insulto para miles de familias mexicanas, es también un espejo de la impunidad política que reina en México. Convertir al responsable del peor manejo de la pandemia en América Latina en vocero internacional de salud pública es como premiar al piloto que estrelló el avión.

Este no es un asunto de filias políticas. Es un tema de responsabilidad, de ética pública y de memoria.

Los números de la tragedia

México fue uno de los países con más muertes por COVID-19 en proporción a su población. Más de 800 mil fallecidos, entre cifras oficiales y el exceso de mortalidad estimado, nos colocan entre los cinco países más golpeados del mundo.

Mientras otros gobiernos aplicaban pruebas masivas, México las limitaba. Mientras el mundo discutía la importancia del cubrebocas, Gatell lo desaconsejaba. Y mientras otros líderes sanitarios reconocían errores y corregían, en México se negaba sistemáticamente la realidad.

Las decisiones de Gatell no fueron errores técnicos. Fueron actos de soberbia política, de alineación ideológica y de desprecio por la evidencia científica. Y esas decisiones costaron vidas.

La impunidad como narrativa de poder

Que López-Gatell hoy reciba un nuevo cargo internacional revela dos cosas. La primera: que en el sistema político mexicano no hay consecuencias reales. La segunda: que los gobiernos pueden fabricar impunidad y reciclar figuras sin importar el daño que hayan causado.

Y esto es más grave de lo que parece. Porque cuando un régimen no castiga sus errores, los institucionaliza. Y cuando las instituciones internacionales aceptan sin crítica esas designaciones, pierden autoridad moral ante los ciudadanos.

Comparar para entender: otros países sí aprendieron

En países como Alemania o Corea del Sur, los errores en el manejo del COVID fueron revisados por comisiones independientes. En Reino Unido, los responsables fueron llamados a declarar. En Estados Unidos, el debate público obligó a rectificar políticas y enfrentar responsabilidades.

En México, no. Aquí, Gatell da clases. Da entrevistas. Da discursos. Y ahora, da consejos en foros internacionales.

El cinismo como política pública

Lo más doloroso no es que Gatell haya fallado. Lo insoportable es el tono con el que lo hizo. El sarcasmo ante las preguntas incómodas. La insensibilidad frente a los deudos. La soberbia de quien se sabe protegido por el poder.

Su caso es ejemplo claro de una práctica política que confunde lealtad con capacidad, propaganda con verdad, y cinismo con liderazgo. Y lo peor es que en muchos niveles del gobierno esa lógica se repite.

Epílogo

En un país serio, quien conduce a una tragedia nacional no vuelve al escenario público sin rendir cuentas. En un país con memoria, los errores no se premian con nombramientos.

Para la política y la vida pública, Gatell es una lección: si premias la incompetencia, la reproduces. Y si no respetas a las víctimas, tarde o temprano serás víctima del desprecio ciudadano.

Hay decisiones que revelan el alma de un régimen. Esta es una de ellas.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

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