La valla contra la memoria

 

Por Renata Ávila

 

“La libertad es siempre la libertad de quienes piensan diferente.” — Rosa Luxemburgo

 “Recordar: del latín re-cordis, volver a pasar por el corazón.” — Eduardo Galeano

Al amanecer, el puente quiso ser telar. Madres, hijas y compañeras iban trenzando telas rojas para nombrar ausencias. No hubo piedras: hubo nombres. De pronto, órdenes breves, botas, vallas metálicas. Elementos de la Fuerza de Reacción Inmediata Zacatecas (FRIZ) retiraron los tejidos colocados por el colectivo Sangre de mi Sangre y por familias buscadoras; la Policía Vial cerró el acceso al puente peatonal de Ciudad Administrativa. Abajo, duelo visible; arriba, el 4º Informe de Gobierno. La postal debía quedar limpia, aunque la realidad gritara en rojo.

No fue un malentendido operativo: fue un mensaje político y social. Se confundió “paz pública” con silencio, y seguridad con control del encuadre. Nada de eso devuelve a nadie a casa ni resuelve una carpeta; solo despeja, por unas horas, aquello que incomoda.

Y no es la primera vez que el Estado elige cercar la memoria. La hemerografía oficial y la memoria colectiva trazan un patrón:

● 8M de 2024, Plaza de Armas. La CNDH acreditó violencia y detenciones arbitrarias contra 15 mujeres (Recomendación 272/2024).

● “Listas” para el 3er Informe (2024). Circularon hojas de “personas no gratas” para filtrar el acceso: activistas sociales, académicos críticos y madres buscadoras.

● Penúltima visita presidencial. Retiraron lonas de búsqueda en puentes del bulevar Adolfo López Mateos que nunca fueron devueltas.

● El caso de la señora Virginia. Madre buscadora sacada de un evento oficial del Gobierno del Estado.

● Hoy. Retiro de tejidos y bloqueo del puente: administrar el encuadre en vez de garantizar derechos.

La Constitución no está para adornar informes: obliga. El artículo 9º protege la reunión pacífica con objeto lícito y prohíbe disolverla si no hay violencia, injurias o amenazas. El artículo 1º manda a todas las autoridades a promover, respetar, proteger y garantizar los derechos humanos bajo el principio pro persona, y a prevenir, investigar, sancionar y reparar cuando se vulneran. Traducido a lo ocurrido: frente a un acto simbólico y pacífico, la respuesta estatal debe ser facilitar, cuidar y acompañar. Si, en cambio, se cerca y se retira, la pregunta jurídica es inevitable: ¿fue necesario? ¿fue proporcional? ¿quién lo ordenó y con base en qué?

Desde lo humano, el daño es nítido. A las familias buscadoras se les repite —otra vez— que su duelo estorba. Quitar una tela no “limpia” la ciudad: revictimiza. Convierte el nombre en “objeto retirado”, la foto en “obstáculo”, la esperanza en “basura”. Y si esos materiales no se restituyen, el agravio deja de ser mala práctica para rozar la sustracción. La memoria no se levanta del suelo: se respeta y se repara.

Desde lo político, la contradicción es profunda. Esto es inadmisible en cualquier gobierno y más en uno que se dice de izquierda. Porque la izquierda —si quiere serlo— se mide por cómo protege la protesta, no por cómo la encierra; por su capacidad de alojar el disenso y de acompañar al dolor organizado que exige verdad y justicia.

Corregir el rumbo no requiere épica, sino constitucionalismo práctico y voluntad pública: devolver de inmediato cada símbolo retirado y ofrecer una disculpa; publicar el parte de actuación con horas, responsables y fundamento legal; abrir una investigación independiente que evalúe legalidad, necesidad y proporcionalidad y, donde corresponda, sancione en la cadena de mando; reparar a las víctimas; ajustar protocolos para reconocer expresiones de memoria como lenguaje protegido; formar a todas las corporaciones en gestión de reuniones pacíficas; instalar una mesa permanente con colectivos para que la primera respuesta del Estado sea abrir paso, no cercarlo.

Porque el dilema no es “orden o desorden”, sino democracia o escenografía. Una democracia se reconoce por cómo trata lo que duele. Si el Estado pone vallas para no ver el rojo, no desaparece la ausencia: se disuelve la confianza. Y sin confianza, ningún informe alcanza.

Vuelvo al corazón de los epígrafes: recordar es volver a pasar por el corazón, y la libertad vale, sobre todo, para quienes piensan distinto. Que el puente sea telar y no frontera. Que la ciudad aprenda a mirar el rojo sin miedo. Que la ley, en vez de cercar, abrace a quien se reúne en paz. Hasta que eso ocurra, las telas volverán —tercas, rojas, con nombres— a recordarnos lo esencial: la memoria es un derecho y honrarla también.

 

 

 

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