Los mexicanos no nacimos para ser enanos

 

Por: Gabriel Rodríguez/La Cueva del Lobo.

 

En la Raza Cósmica, José Vasconcelos se propone dar alas a la grandiosidad de los mexicanos y reconoce al pueblo, heredero de la mezcla indígena y española, como como uno de los mejores en el planeta.

El en su momento, secretario de Educación, durante el gobierno inmediatamente emergido al final de la Revolución Mexicana, apela a la necesidad de que los mexicanos encuentren el verdadero camino al desarrollo y la modernidad siempre y cuando sean capaces de visualizar su verdadera dimensión en el mundo moderno.

Somos herederos de una rica tradición ancestral que hunde sus raíces al menos en cuatro mil años de historia pretérita, pues las primeras culturas mesoamericanas pueden equipararse, en antigüedad, a la egipcia.

Venimos, añadiría de nuevo Octavio Paz, de culturas solares en donde nuestros abuelos generaron, por diversos medios, toda una condición socio-histórica que los llevó a erigir fastuosos imperios como el maya y el nahua.

En ese pasado que los historiadores suelen llamar en ocasiones como “glorioso” aprendimos a construir pirámides que acrisolaron las condiciones propicias al estudio de la astronomía, el curso de las estaciones, el cultivo del maíz y otras áreas propicias para el conocimiento humano del momento.

Conformamos sociedades de alta evolución que tenían elevados conocimientos en

la cura de las enfermedades conocidas y diseñaron y construyeron ciudades que asombraron por su concepto arquitectónico magistral a los conquistadores españoles.

 

Los mexicanos son, por otro lado, hijos de una lengua, como la castellana, que hizo las delicias durante el periodo renacentista y el anterior, con autores de la talla de Miguel de Cervantes Saavedra, Lope de vega y Francisco de Quevedo y Villegas.

 

En Hispanoamérica, durante el periodo virreinal, emergieron figuras del barroco como Juana de Asbaje y Carlos de Siguenza y Góngora, que diversificaron la forma de análisis, creación, crítica y suma de conocimientos de una sociedad que, anclada en el semifeudalismo, aspiraba a nuevos órdenes de conocimiento por medio de su elevada creatividad e inspiración.

Por nuestros genes cruzan sangres de distintas índoles como la árabe, la afroamericana y la oriental entre otras.

 

Nuestros creadores llevan la categoría de pintores y artistas como Diego Rivera, Rufino Tamayo, José Clemente Orozco, Manuel Felguerez y muchos otros de talla universal.

 

La Universidad Nacional Autónoma de México es una de las mejores a nivel mundial, a pesar de los cuantiosos recortes que en ella la asestan año tras otro los ignorantes tecnócratas que nos gobiernan.

 

Nuestro luminoso país es el país de René Avilés Fabila, de Silvestre Revueltas, Carlos Chávez, Candelario Huízar, Elena Ponatowska, Ignacio Chávez, cuna de deportistas, nadadores, maratonistas y personas con otras capacidades que nos han posicionado en ámbitos envidiables para el resto de las naciones.

 

Con todo ello, los mexicanos todavía no logramos entender quiénes fuimos, quiénes somos y qué queremos llegar a ser porque nos cuesta trabajo recordar toda esa pasada grandiosidad que nos conmociona.

 

Somos objeto del chantaje, el lucro, la humillación, la defenestración y la ignorancia de una serie de grupúsculos que quieren que los mexicanos, con toda y sus potencialidades y capacidades, no logre salir de un nivel mínimo de bienestar y decoro.

 

Nacimos al mundo como nación moderna con una religión como la católica que amalgamó las aspiraciones de una cierta identidad cultural, una vez que los conquistadores devastaron los templos y construcciones de nuestros antepasados indígenas.

 

Sobre ellos erigimos iglesias para arropar a los indios que se quedaron desolados ante los embates de la nueva civilización dominante, mientras que en Estados Unidos y Canadá los conquistadores arrasaron con todas las preservaciones indias, borrando de esa manera los fundamentos de sus culturas originarias.

 

México conserva lo mejor de ambas culturas; es grandioso en su presente, definitivo en su futuro, pero no logra salir de un ámbito de atraso, corrupción, dependencia y sujeción a los dictados de sus oligarquías como una condena infinita.

 

Ya Hitler, en la Alemania nazi de los años 30 había arengado a las huestes nacionalsocialistas con la consigna de que se convirtieran en el ideal del superhombre nietzcheano; el costo fue la matanza de cerca de 11 millones de judíos.

 

México, con criterios pacifistas, nunca perpetraría crímenes de lesa humanidad como eso, pero osa realizar otros  crímenes. Cae a nivel mundial en el índice de corrupción, pues hoy se halla entre los países más corruptos del planeta.

 

A los mexicanos les urge recordar quiénes fueron, de otra manera, vagarán por el universo, convertidos en lo que Carlos Monsiváis solía llamar los “parias del mundo”.