Por Norma Galarza
(3 fotos de Paul Durán)
Venerada, temida e inherente a nuestra humanidad, la muerte, típicamente retratada como un esqueleto tenebroso, vestida de negro y en cuya mano carga una guadaña (instrumento usado para la siega en la agricultura) que la representa como la “segadora de vidas”. Que si se piensa bien, esta forma física, está un tanto errada, porque ese “retrato” es nuestra aferración a la vida, la muerte no tiene imagen, es espiritual, el cuerpo no termina como esqueleto, el cuerpo se vuelve polvo. Así que la muerte es la desaparición total de nuestro cuerpo material…
Las culturas prehispánicas y la visión de la muerte
Las culturas prehispánicas, tienen un concepto integrador de la muerte. La muerte según los mayas era el “viaje del reencuentro” con nuestros seres queridos, el paso jubiloso de la vida material a la espiritual, sin dolor sin sufrimiento eterno.
Para el mundo huichol, la muerte es un proceso de reivindicación. Quien muere, recorre su vida desde la niñez y juventud, sus pecados su matrimonio y su vejez. Para el espíritu del muerto huichol, el cruce de la vida terrenal a la vida espiritual, esta resguardada por un perro, para el cual debe llevar tortillas para entretenerlo y así, evitar que lo muerda. Pero si torturó e hizo daño algún animal, y peor aún, si este era sagrado, le caerá una piedra y lo aplastará… Cuando logra pasar todas las pruebas, el muerto llega a donde se encuentran sus familiares muertos y antepasados, que lo esperan con alegría, hacen una fiesta toman tejuino y se emborrachan. Para el 2 de noviembre el Marakame conduce el espíritu a la tierra donde ya lo esperan sus familiares con todo lo que le gustaba en vida.
Para los purépechas, etnia que habita en el Estado de Michoacán, el lago y la ciudad de Pátzcuaro son la entrada al reino de los muertos. El origen de la celebración más popular de la muerte y que se ha extendido a lo largo del país, viene de esta cultura. Los días 1 y 2 de noviembre se realiza la “Fiesta de Ánimas” o “Noche de Muertos” (Animeecheri k’uinchekua). El ritual consiste en que en los panteones y casas donde se hace “la espera” se cubren de flores de cempasúchil, velas, fruta, pan, incienso. Altares y tumbas se adornan profusamente, se prepara y comparte comida y bebida, se lleva ofrenda, se reza, hay ambiente festivo y al mismo tiempo se percibe profundo sentido comunitario y orden ceremonial.
El catolicismo y la vida eterna
La religión católica, es la creencia de mayor importancia en México y para el católico la conceptualización de la muerte ha adoptado ritos y costumbres de las diferentes etnias que cohabitan en nuestro territorio. Para el católico, la muerte no es más que el “requisito” para lograr la vida eterna. Bajo esta creencia, el cielo a dónde van los justos y el infierno a donde se lanza a los pecadores, son nociones que inculcan tanto temor como esperanza. Dado que los conquistadores españoles no lograron extinguir en su totalidad las costumbres que encontraron en esta tierra cuando llegaron, las adoptaron. De ahí que en nuestra religión convivan los rituales de brujos, chamanes y sacerdotes y que la Santa Muerte se haya “amigado” con la Virgen de Guadalupe.
Hoy, la tradición de los altares de muertos, conserva elementos de las creencias de las culturas étnicas, enriquecidas con elementos propios del catolicismo. Son una muestra de que para los mexicanos la muerte es, ese ente místico, al que se le alaba, se le teme y se le respeta…
2 de noviembre 2014