Pax ciudadana

Por Christian del Havre

 

«Un ciudadano virtuoso es producto de una sociedad virtuosa.» — Aristóteles

En los últimos días hemos presenciado escenarios dignos de una película bélica en las carreteras de Zacatecas. Un estado que ha sido considerado entre los más efectivos en el combate al crimen, pero al que le bastó un par de horas para colapsar por la violencia.

En este segundo sexenio de Morena se ha afirmado que la estrategia de seguridad ha generado una reducción en los homicidios dolosos; sin embargo, han aumentado delitos como la extorsión y las desapariciones. Las notas sobre violencia y falta de cohesión social son cada vez más frecuentes. Es momento de preguntarnos: ¿qué estamos haciendo como sociedad para mantener y generar la paz?

La virtud individual y el bienestar colectivo son dos caras de la misma moneda, inextricablemente unidas en una danza que moldea tanto al individuo como a la comunidad.

La virtud no es un concepto abstracto, sino una práctica concreta, forjada en el crisol de la experiencia y la interacción social. Una sociedad que aspira a la prosperidad y la estabilidad debe, por lo tanto, sembrar las condiciones propicias para el florecimiento de la virtud, entendida como el ejercicio constante de las buenas costumbres y la búsqueda del bien común.

Una sociedad virtuosa se basa en el respeto a la autoridad legítima, la responsabilidad individual y la tradición. La libertad cobra importancia como la capacidad de elegir el bien, asumir las consecuencias de nuestras acciones y contribuir al bienestar de la comunidad. El individuo virtuoso, en este sentido, es aquel que, guiado por la razón y la conciencia, se esfuerza por cumplir con sus deberes, respetar las leyes, honrar a su familia y contribuir al progreso de la nación.

Desde esta perspectiva, la crítica a la cultura de la cancelación, al relativismo moral y al progresismo radical se fundamenta en la preocupación por la erosión de los valores que sustentan una sociedad virtuosa. Estas tendencias socavan la autoridad moral, promueven la división y el conflicto, y dificultan la construcción de un proyecto común.

La paz y la prosperidad no surgen espontáneamente. Requieren de una sociedad que fomente la virtud a través de una serie de pilares fundamentales.

En primer lugar, la familia ocupa un lugar central. Como célula fundamental de la sociedad, es en el hogar donde los niños aprenden a amar, respetar, ser responsables y valorar el esfuerzo.

En segundo lugar, la educación desempeña un papel crucial en la formación del ciudadano virtuoso. Debe ser un proceso integral que, además de transmitir conocimientos, fomente el desarrollo del carácter, la disciplina, el sentido de responsabilidad y el respeto a las instituciones.

Un tercer pilar es la economía. Una sociedad virtuosa necesita una economía sana, que promueva la creación de riqueza, la iniciativa individual y la libre empresa. La pobreza y la desigualdad, por el contrario, pueden generar frustración, resentimiento y, en última instancia, minar la cohesión social.

Finalmente, la política también tiene un papel esencial en la construcción de una sociedad. Debe estar al servicio del bien común y ser ejercida por líderes honestos, competentes y comprometidos con el servicio público. Es necesaria la existencia de un Estado fuerte, capaz de garantizar la seguridad ciudadana, proteger la soberanía nacional y promover el bienestar general. Los políticos deben ser ejemplos de virtud, guiados por principios éticos sólidos y dedicados a la defensa de los valores tradicionales, a diferencia del espectáculo de cinismo y corrupción que hemos presenciado en las últimas semanas.

Una sociedad se construye desde abajo, enraizada en la familia, la educación y la economía, y se consolida a través de una política basada en el respeto a la ley, la defensa de la libertad y la búsqueda del bien común.

La frase de Aristóteles es una llamada a la acción. Nos desafía a reflexionar sobre la calidad de nuestra sociedad y a asumir la responsabilidad de construir un entorno más justo, equitativo y virtuoso. Nos recuerda que la virtud no es solo una cuestión individual, sino el resultado de la interacción entre los individuos y la sociedad. Aunque implementar esta idea es complejo, su mensaje sigue siendo fundamental para el progreso humano y la construcción de un mundo mejor. Es una invitación a la constante autocrítica y al esfuerzo colectivo por mejorar nuestro entorno social, sabiendo que, al hacerlo, también nos transformamos a nosotros mismos.

Te pregunto, estimado lector: ¿tú qué estás haciendo para construir una mejor sociedad?

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