Por: Claudia Edith Anaya Mota
El reciente bombardeo de Estados Unidos a tres instalaciones nucleares en Irán —Fordow, Natanz y Esfahan— el pasado sábado 21 de junio, ha elevado de forma alarmante las tensiones entre ambos países. Como primera respuesta, el Parlamento iraní anunció el cierre del Estrecho de Ormuz, una medida que podría alterar gravemente el comercio internacional de energía, ya que por esa vía transita aproximadamente el 20% del petróleo y gas que se consume en el mundo.
Esta decisión tendría implicaciones globales, y México no quedaría al margen.
El principal efecto inmediato es la incertidumbre, que suele traducirse en volatilidad económica y un aumento en los precios del petróleo. De hecho, algunos analistas ya estiman un incremento de al menos 20%; aunque hay quienes suponen que este escenario podría beneficiar a México por ser productor de crudo, la realidad apunta en otra dirección.
PEMEX exporta cada vez menos petróleo. Según datos de la Secretaría de Hacienda, para 2025 se prevé una exportación diaria de 765 mil 400 barriles de crudo, lo que representa un recorte del 5.1% respecto a 2024. Sería el segundo año consecutivo de reducción, pues en 2024 las exportaciones cayeron 21.9% anual. Este panorama se vuelve aún más delicado cuando se considera que uno de los principales derivados del petróleo —la gasolina— depende en gran medida de las importaciones.
Aunque México continúa siendo un país exportador de petróleo, la producción actual no es suficiente ni siquiera para satisfacer nuestra demanda interna. La promesa de autosuficiencia energética, encabezada por la refinería de Dos Bocas, no ha rendido los frutos esperados. Su operación ha sido intermitente y errática: en marzo de este año, por ejemplo, procesó apenas 6.7 mil barriles diarios de crudo, lo que representó tan solo el 0.8% del total refinado por el Sistema Nacional de Refinación.
Esto nos deja ante una situación paradójica: si el precio internacional del crudo sube, México podría vender su petróleo más caro, sí, pero al mismo tiempo tendría que pagar más por la gasolina que importa. En otras palabras, lo que gana por un lado, lo pierde —y probablemente más— por el otro. Y quienes terminan asumiendo ese costo, son las y los consumidores, a través de aumentos de precios y presiones inflacionarias.
Todo esto ocurre en un contexto económico ya preocupante. Según datos recientes del INEGI, la demanda agregada —es decir, el volumen total de bienes y servicios requeridos por la economía mexicana— ha registrado dos caídas consecutivas: una de 0.22% en el último trimestre de 2024 y otra de 1.08% entre enero y marzo de 2025. Estos datos cumplen con uno de los criterios que, desde la teoría económica, definen una recesión técnica.
Así, el conflicto en Medio Oriente no es ajeno a nuestra realidad nacional. Las consecuencias pueden sentirse en el precio de la gasolina, en el costo de los alimentos, en la inflación generalizada y en un crecimiento económico que ya muestra signos de debilitamiento. México no está en guerra, pero podría terminar pagando el precio de una que no es suya.